PINARNEGRILLO 

 

Pinarnegrillo es un pueblecito que en la actualidad tiene poco más de cien habitantes. Si hubiera que destacar algo de él es que tiene poco de espectacular; no ha tenido un pasado glorioso, ni tiene monumentos que salgan en los libros de Historia del Arte, ni una naturaleza salvaje digna de un documental… Su paisaje es discreto, pero con el encanto que tienen las pequeñas cosas, que pasan desapercibidas si no hacemos el esfuerzo de prestar un poco de atención.

  El renombre que tuvo en el pasado se lo debía a un oficio colectivo: el cultivo y la venta de sus hortalizas. Buena parte de los habitantes del pueblo se dedicaban a esas tareas hasta la década de los 50 del siglo XX, fechas en las que llegó a superar los quinientos habitantes. Niños y grandes, todos encontraban su quehacer en los pequeños huertos situados dentro del pueblo o en sus inmediaciones. Era todo un modo de vida que ya sólo persiste en la memoria de aquellos mayores que llevaron a cabo esas esforzadas tareas y del que otros hemos sido meros testigos de su desaparición; aunque eran tiempos duros la mayoría lo recuerdan con la añoranza de un pasado feliz, y se convierte en tema recurrente de sus conversaciones.

  A partir de los años sesenta, con la mecanización de las tareas del campo y la emigración, el trabajo del huerto y la venta de hortalizas fue quedando como una actividad cada vez más residual: los nuevos tiempos exigían de una mayor productividad y una vida menos sacrificada. Todavía hoy, los mayores siguen cultivando sus hortalizas como antaño, pero ahora solo para consumo propio.  

¿Sería rentable hoy en día un tipo de explotación basada en las fórmulas tradicionales de productos de calidad tal como se hacía en el pasado? En algunos lugares se ha demostrado que es posible. ¡Quién sabe ....!

 

UN POCO DE NOSTALGIA – EL HUERTO

 

Desde antes de la primavera, abonado el huerto con estiércol y sembrando los semilleros, hasta el más crudo invierno, cortando las últimas berzas, las familias de Pinarnegrillo buscaban obtener un dinero que complementara el cultivo de cereales de bajos rendimientos y, en algunas familias, compaginaban esas tareas con la cría de ovejas, vacas y cerdos; en muchos casos, aún siendo huertos de pequeñas dimensiones el dinero conseguido con las hortalizas superaban al resto de los ingresos. El trabajo en el huerto era una parte, la otra venía del trajín de preparar la “carga” y salir al camino para ir a otros pueblos a vender la mercancía.

Cada familia solía tener una ruta que repetía en uno o en varios pueblos. Normalmente, las mujeres salían a vender a los pueblos más cercanos, con la carga a lomos de los animales (en cestos de mimbre sobre la albarda) o en carros de varas. Los trayectos más largos solían estar  reservados a los hombres, suponiendo, en ocasiones, más de un día entero la duración del viaje de ida y vuelta; en ese caso, una yunta de mulas unidas por el yugo tiraban del carro, pues ya que se hacía el trayecto tan largo había que cargar lo máximo posible el carro. Ya entonces,  estos carros disponían de un sistema de piloto automático, pues los animales se sabían el recorrido, y eso le permitía al conductor no estar pendiente durante todo el recorrido de la carretera, pudiéndose echar una cabezadita para estar más descansado. En los pueblos cercanos podían coincidir varios hortelanos vendiendo sus productos, mientras que eso era más raro en los más alejados, sobre todo si eran pequeños.

La carga de hortalizas en cestos o en cajones se preparaba durante la tarde anterior a la mañana en la que se salía. Si el trayecto era corto no hacía falta madrugar demasiado y se podía salir a vender al amanecer. Cuando recorrido era más largo se hacía necesario salir varias horas antes de de salir el sol y los que se llevaban la palma se pasaban toda la noche de camino; alguno hubo que fue víctima de una broma pesada y, habiéndose dormido en el camino, sin percatarse de ello le dieron la vuelta a las caballerías y se encontró a la puerta de su casa, en lugar de empezar a vender sus hortalizas a decenas de kilómetros.

 

EL CALENDARIO AGRÍCOLA TRADICIONAL

 

Sembrar los semilleros, trasplantar, quitar las malas hierbas, mullir la tierra, regar, “capar” tomates, poner las pértigas de los fréjoles, atar las lechugas con juncias, enterrar las escarolas, recoger los frutos en su momento, preparar la carga, vender,…., todas las tareas estaban organizadas y seguían el ritual del calendario agrícola, incluso para algunas se tenía en cuenta las distintas fases de la luna. Cada miembro de la familia cumplía su papel en un trabajo especializado que dio fama a los productos de su huerta; aun hoy, a falta de un gentilicio en relación con el nombre del pueblo, a sus habitantes se les identifica como “tomateros”. Sí, cultivaban tomates, pero también pimientos, lechugas, ajos, cebollas, cebolletas, pepinos, calabacines, berzas, repollos, lombardas, coliflores, puerros, guindillas, escarolas, guisantes, alubias, fréjoles, acelgas, zanahorias, patatas,…, además de los cultivos de secano que también se producían en toda la zona, como cebada, trigo, centeno, algarrobas o garbanzos, y otros de regadío con destino a las fábricas, como remolachas o achicorias.

Debido al clima riguroso de la Meseta, el calendario agrícola es más tardío que en los lugares donde las heladas no son habituales y por ello la recolección de hortalizas tiene lugar varias semanas, o incluso, algún mes  después que en las huertas de Andalucía o del Levante. 

Capitel del claustro de Santa María la Real de Nieva 

 

 Entre los campesinos, era una creencia muy extendida que los rayos del sol reflejados en la luna tendrían la capacidad de penetrar en el suelo e influir en la germinación y crecimiento de las plantas. Por este motivo las fechas elegidas para la siembra de muchas hortalizas guardaban relación con las fases de la luna, dependiendo si los frutos comestibles son subterráneos o se desarrollan al aire.

 

Teniendo en cuenta las fases de la luna:

 

• Durante el cuarto creciente la savia se concentraría en la parte aérea de la planta y sería indicada para plantar los productos que tienen desarrollo aéreo y podar árboles frutales, muy poco cultivados en Pinarnegrillo.

• Durante la luna llena, cuando la savia recorrería los tallos, sería propicio para la preparación de la tierra y para la recolección.

• Durante el cuarto menguante la savia se concentra en la parte subterránea, por lo que se deberían sembrar los productos como nabos, cebollas, patatas, zanahorias,….

 

A lo largo del año las principales tareas agrícolas que se desarrollaban eran:

 

OCTUBRE, NOVIEMBRE Y PRIMER INVIERNO: comenzaría la campaña de siembras con los cultivos de secano de trigo, centeno y algarrobas; con los ajos (la tradición marca que sea el 11 de noviembre, día de San Martín) y la cebada la siembra se puede prolongar desde el día de las Ánimas (comenzando noviembre) hasta el mes de diciembre. En la recolección, las últimas hortalizas se podían recoger hasta enero o febrero: berzas, repollos, lombardas, escarolas, nabos  o puerros, productos que resisten bien las heladas. Desde  enero también se preparaban los semilleros y se sembraba en ellos las cebollas tempranas. A partir de Santa Águeda, se trasplantan las cebolletas.

FINAL DEL INVIERNO Y COMIENZO DE LA PRIMAVERA: Se siembran en el semillero la mayoría de las hortalizas que luego habría que trasplantar en mayo: tomates, pimientos, lechugas, berzas, repollos, cebollas tardías,… Desde finales de marzo se siembran a surco las patatas tempranas, pero con el riesgo de que las heladas tardías pudieran fulminar los brotes y tener que llevar a cabo una resiembra. También desde finales de marzo se plantaban las primeras lechugas. También se siembra la cebada trimesina.

PRIMAVERA: si se había tenido buen tiempo, se podían recoger las primeras lechugas y se siembran la mayoría de las patatas para el consumo. Ya en mayo se trasplantan tomates y algunos pimientos, se siguen recogiendo lechugas y las primeras cebollas y se siembran fréjoles, pepinos, garbanzos, calabazas, calabacines, sandías y melones (en todos ellos se cavan hoyos donde se introducen unas pocas semillas que después se pueden entresacar si  han brotado demasiadas). Repollos, coliflores y puerros se siembran en el semillero durante el mes de mayo, para luego trasplantarlos a primeros de junio. Al final de la primavera se podían plantar las patatas tardías destinadas para sembrar. Desde el día de San Antonio (13 de junio) se empezaba a recoger calabacines y algarrobas y se segaba la cebada y se trasplantan las cebollas.

VERANO: En junio se siguen recogiendo lechugas y cebollas, se plantan las alubias y se siguen trasplantando pimientos; a finales de mes se empezarían a recoger ajos y fréjoles. Hasta mediados de julio se trasplantan las cebollas tardías o matanceras (que se utilizarán en las morcillas), berzas y acelgas, y se empiezan a recoger los primeros fréjoles y tomates a finales de ese mes. Desde el mes de julio se ponen las berzas en el semillero para trasplantarlas en agosto. Desde el día de Santiago (25 de julio), las tareas en la huerta se comparten con la siega del centeno y del trigo; tras la siega, viene el trabajo en la era trillando y aventando, para terminar recogiendo y guardando la paja y el grano ya en agosto. En este mes, la huerta muestra todo su esplendor, alcanzado su mayor producción tomates, fréjoles, pimientos, calabacines, guisantes, sandías o melones; también se recogen las patatas tempranas y se siembran los nabos.

FINAL DEL VERANO Y COMIENZOS DEL OTOÑO: Desde comienzos de septiembre y hasta el mes de octubre se recolectan las patatas tardías y las alubias; éstas aún con sus vainas se ponían al sol para que se abrieran y aventarlas después. También se recogían  acelgas, lombardas o calabazas y se ponían en semillero las cebolletas.

 

TAREAS DEL HUERTO

 

SEMILLERO

 

El trabajo en el semillero requería de un proceso laborioso:

· Se elegía un lugar a la solana, construyendo una tapia que protegiese al semillero del viento del norte. Normalmente se realizaba de tapial, con barro prensado entre dos tablas que servían de molde. 

· Se utilizaba tierra bien abonada. Para eso servía muy bien  la tierra que había quedado por debajo de un estercolero y se acribaba para eliminar las piedrecillas.

· Antes de depositar la semilla se regaba el terreno y después de tapar la semilla se volvía a regar.

· Para conseguir un brote rápido de la semilla se recurría a un procedimiento llamado “la olla”. Se hacía un hoyo en el semillero y rellenándolo de estiércol, preferiblemente de oveja, se cubría con una capa de tierra donde se depositaba la semilla. Otra capa de estiércol más fina cubría las anteriores. La fermentación del estiércol, con su aumento de temperatura,  era lo que permitía esa germinación acelerada.

· Durante el día, el semillero quedaba al descubierto para recibir los rayos del sol, pero por la noche, para evitar las temperaturas bajas, se protegía con una manta elaborada con paja de centeno trenzada.No todas las hortalizas germinaban en semillero cubierto. Lechugas, repollos, coliflores escarolas o puerros se ponían en semillero descubierto. Otras, como pepinos, sandías, melones, ajo, garbanzos o patatas, se ponían con siembra directa.

 

TRASPLANTE

 

Antes de trasplantar las hortalizas, se preparaba la tierra. En enero o febrero se abonaba con estiércol. Después se hacían los surcos don el azadón y el huerto quedaba dividido en tablares, a los que llegaría el agua a través de un surco (llamado regadera) y paralelo a él un lindazo o paso por el que se caminaba para no pisar las hortalizas.

Las hortalizas se iban trasplantando en los surcos, excepto los tomates, que se trasplantaban en el cerro del surco. Las distancias entre plantas dependían según las hortalizas; los puerros podían quedar a una distancia muy pequeña, sobre los 5 centímetros; pimientos, lechugas, cebollas o escarolas guardaban distancias de alrededor de 15 centímetros; coliflores, berzas o repollos se distanciarían en 40 centímetros, llegando los tomates al medio metro.

 

RIEGO

 

Algunas plantas (como tomates, berzas o repollos) podían regarse individualmente con regadera y la mayoría se regaban a surco (a manta). Dependiendo de la altura del verano o del calor que hiciese las hortalizas debían regarse con mayor o menor frecuencia. Había plantas que había que regar más a menudo, como pimientos y lechugas; las demás podían aguantar tres o cuatro días; La cebolla podía aguantar incluso más días, pero había que regala con la fresca o al atardecer.

 

ESCARDAR

 

Quitar las malas hierbas a mano. Con algunas hortalizas, tomates o patatas,  podía rasparse el suelo con azadilla.

 

ORAS TAREAS ESPECÍFICAS PARA ALGUNAS HORTALIZAS:

 

- Mullir: Cavar con la mullidera (azadilla pequeña) alrededor de los pimientos para esponjar el terreno.

- Capar: Se utiliza el término para la operación que consiste en cortar  la tomata (la flor más grande y que da lugar a un tomate desfigurado) y los tallos del tomate que van saliendo por debajo de la cruceta.

- Atar las lechugas y escarolas con juncias para que puedan formar un cogollo compacto. Además, las escarolas, una vez atadas, debían enterrarse cuando alcanzaban cierto tamaño.

- Poner varas rectas clavadas en el suelo, a modo de pértigas, por las que trepan los tallos de fréjoles, para facilitar su crecimiento y el trabajo en la escarda y recolección.

 

CIGÜEÑALES

 

Antes de implantarse el sistema de riego por norias y utilizar la fuerza de tiro de los animales se utilizó, hasta bien entrado el siglo XX, el cigüeñal. Este artilugio milenario, que ya conocían en Mesopotamia hace 5.000 años, era más barato que las norias, pero suponía un gran esfuerzo físico para los hortelanos a la hora de extraer el agua. Hoy no queda ninguno de aquellos cigüeñales en el pueblo, pero hace apenas un siglo era un elemento característico de su paisaje. Hubo también un cigüeñal hasta 1951 en el llamado “Pozo Concejo” en la Plaza del Ayuntamiento, donde se podía  recoger agua para consumo humano o dar de beber a caballerías y vacas en unas pilas de piedra que se llenaban de agua para tal fin. Existe también una leyenda, poco creíble, según la cual, en tiempos de la Guerra de Independencia, el ejército francés pasó de largo por creer que los numerosos cigüeñales eran piezas de artillería. En el dibujo se pueden ver las distintas piezas que componen el cigüeñal, con los nombres que recibían en la localidad: 

Fig. 1. Dibujo esquemático de un cigüeñal

 

Fig. 2. Tumba de Ipuy en Deir-el-Medina, Egipto (siglo XIII a.C.)

 

NORIAS

 

 En un paseo por el pueblo todavía podemos encontrarnos con recuerdos de ese pasado huertano. Se pueden ver algunas (cada vez menos) norias de hierro fundido, que fueron el sistema de riego utilizado hasta que fueron sustituidas por motores de gasolina de dos tiempos (de marca PIVA) y, más tarde, por motores de gasoil más potentes. La noria se compone de dos ruedas dentadas con engranajes conectados entre sí; la rueda horizontal es movida por uno o dos animales de tiro atados al palo que hace de palanca y la rueda vertical sirve de apoyo a la cadena de recipientes o cangilones de chapa que van subiendo cargados de agua, la descargan y  toman el camino descendente para de nuevo cargarse de agua, descargarla,…   

Fig. 3 y 4. Norias de uno y dos palos
 

La noria se situaba sobre una plataforma circular (rodeo) donde daba vueltas la caballería y estaba sobre la vertical del pozo; éste tenía reforzadas sus paredes con piedras unidas con  argamasa y, en su parte superior, se cerraba por acercamiento de hiladas con lajas de piedra, hasta adaptarse al tamaño de la estructura donde descansa la noria. El pozo se conectaba con un estanque cuando se quería disponer de una mayor capacidad de riego. El agua podía ir directamente a los surcos a través de una pequeña acequia o regadera, casi siempre en los huertos más pequeños, o bien conducirse hasta una pila, en huertos de mayores dimensiones; en este caso, se retenía el agua, soltándose cuando se llenaba, para que llegara a una mayor velocidad hasta los surcos, y, de esa manera, conseguir  que se filtrase una menor cantidad de agua antes de que ésta llegase hasta los cultivos. ( para saber más sobre las norias )

 

LA CASA TRADICIONAL

 

Recorriendo las calles del pueblo también podemos apreciar unas cuantas casas de hechura tradicional, semejantes a las que hay en la comarca. Los albañiles que las trazaron eran de los pueblos de alrededor, pues en Pinarnegrillo este oficio no se prodigaba, tan centrados estaban en el cultivo de hortalizas. Se pueden distinguir dos tipos de casa tradicional:

·  Unas, las más antiguas, fueron construidas hasta comienzos del siglo XX; son de una o de dos plantas, pero en este caso el tejado arranca desde un pequeño tramo de la fachada del piso superior, suficiente para abrir una ventana que pueda iluminar el sobrado o granero que hay en esa planta. Sus fachadas están cubiertas de un revoco que esconde los materiales de construcción utilizados (piedra, adobe, ladrillo y madera) y que se encalaba después (enjalbegarse se decía por aquí). También fue frecuente en la fachada la decoración a base de esgrafiado. Estas casas corren el riesgo de desaparecer, pues al  ser viejas y al resultar poco útiles para sus dueños  no se pone gran cuidado en su mantenimiento.

 

·  El modelo de casa tradicional más reciente comenzó a construirse a comienzos del siglo XX y perduró hasta la década de los 50. Estas casas tienen mayor altura, lo que posibilita abrir balcones en el primer piso de la fachada principal y proporcionar una luz suficiente a las habitaciones que allí pudieran abrirse a la calle. La principal diferencia en la fachada  con la casa más antigua es la utilización del ladrillo macizo visto (reforzando los vanos, en ventanas y puertas, y los ángulos del edificio) y, la mayor parte de las ocasiones dejando sin cubrir las piedras irregulares de caliza rosa de Fuentepelayo, escondiendo sus juntas mediante un cordón de argamasa. También en ladrillo se realizan casi todos los aleros, poco salientes, y creando formas en dientes de sierra, puntas de diamante, en hilera  frontal, en forma de “U”,… Otras veces los aleros se componen de una o dos filas de tejas vueltas o de lajas de pizarra. Todas las fachadas tenían un zócalo enfoscado que no sobrepasa el metro de altura y que cubre los materiales empleados.


Fig. 5. Planta y alzado de casa tradicional de dos pisos

 

En ambos tipos, la costumbre era compartir el muro medianero, que entonces suponía un gran ahorro de materiales, pero hoy resulta asunto enojoso en el momento que se quiera construir una casa nueva  al lado de otra con la que se había compartido una pared que ya no puede aprovechar.

 

En la construcción se emplean  materiales autóctonos: madera, piedra, adobe y ladrillo, basados en la economía de medios, pues todos ellos se encuentran en la propia localidad o en los pueblos cercanos y resultaban baratos.

·  La madera utilizada proviene de los propios pinares de la localidad y se utilizaba en postes, vigas, cabrios, tablas y ripias, además de ser el material fundamental en la carpintería de puertas y ventanas. Su presencia es mucho mayor en el piso superior, donde su  suelo y las estructuras de los entramados de los muros y del tejado eran de ese material.

·  Los adobes se obtenían también en las proximidades del pueblo, sobre todo en los parajes denominados Lavajo Chico y Las Adoberas. Allí se mezclaba el barro con paja y tras rellenar el molde correspondiente se dejaba secar al sol. Se utilizaba en la parte superior de muros, como relleno del entramado de madera, e incluso en muros tabiqueros en el interior de la casa. Al exterior, los adobes se revocaban con cal y arena para protegerlos del agua. El adobe era también el material empleado en la bóveda de los hornos. 

Fig. 6 y 7. Muro interno de abobes, con una hilera a soga y dos hileras a tizón. Tapia de abobe protegida por tejas y parte inferior de piedra
 
Fig. 8.- Pared exterior con entramado de madera y adobe del que se desprende el enfoscado
Fig. 9.- Armazón de madera de colgadizo. Debajo, chimenea y bóveda de horno realizada en adobe
Fig. 10. Boca y chimenea del horno.

 

·  La piedra más utilizada proviene de la cantera de Cafría, situada a 4 kilómetros de la localidad; es una piedra esquistosa que parte en lajas y fácil de asentar, constituyendo el elemento fundamental del muro de mampostería. Las piezas irregulares de piedra se unían con argamasa y se revocaba tanto al exterior como al interior. Este tipo de piedra se utilizaba también para “encarcelar” los pozos, en las paredes de corrales y en las tapias de los huertos. Éstas últimas se están ya muy deterioradas, cuando se conservan, y habría que realizar un esfuerzo por tratar de recuperarlas como un elemento más del paisaje, que sirvió en su momento para proteger las hortalizas de los animales.

Fig.11. Armadura de madera del sobrado y muro de piedra, ladrillo y adobe combinados

 Fig.12. Fachada de piedra. La parte inferior ha ido perdiendo el revoque de  cal

 

·  El ladrillo macizo cocido y las tejas procedían de las cerámicas de Carbonero el Mayor. El ladrillo se utilizaba como refuerzo de los vanos (tanto en las jambas  como el arco poco marcado de puertas y ventanas)  y en los ángulos de la casa y, en ocasiones  como relleno de entramados y en los muros tabiqueros (dispuestos  a hilo). La teja árabe curva era la que se ha utilizado tradicionalmente y que se ha convertido en rareza en las edificaciones nuevas y en los arreglos de tejados.

Fig. 13 y 14. Vanos de puerta y de ventana enmarcados con ladrillo macizo

 

En planta, uno y otro modelo, se acogen a las necesidades de la vida campesina. Lo más frecuente era que el mismo edificio, además de la vivienda incluyera la cuadra con sus animales; a ésta se solía acceder a través del corral que comunicaba  a la calle a través  unas puertas carreteras de madera en el lateral o en las traseras de la casa.

 En el corral, protegido en parte por un colgadizo, se guardaban el carro y resto de aperos de labranza, la leña, además de algunos animales, como gallinas y cerdos. Había corrales separados de la casa que también podían servir para guardar aperos o como gallineros y que podía cubrirse con una tenada de ramera. En la cuadra se guardaban los animales de tiro y el ganado vacuno. Cuando la cuadra no tenía salida a la calle, cosa poco habitual,  el portal de la casa era el lugar de paso para el ganado. En alguna casa aun se conserva una herradura que, incrustada en la fachada, se convertía en aparcaburros al que se ataba el ramal de las caballerías.

Fig. 15. Herradura en la fachada de una casa

Fig. 16. Corral con muro de piedra y adobe, protegiendo éste material y la puerta los haces de ramera

Fig. 17. Corral con muros de piedra y puertas carreteras

                                                                           

La parte de la casa utilizada como vivienda tenía como dependencias básicas:

·  el portal, como lugar de paso y que comunicaba la puerta de la casa con las distintas habitaciones.

·  la cocina, habitualmente con lumbre baja de chimenea abierta, servía a la vez  para cocinar las comidas y como sistema de calefacción. La cocina solía tener dependencias anexas como la despensa y el fregadero. La habitación tenía un vasar para guardar la cacharrería de cocina y pocos muebles (bancos, banquetas y una pequeña mesa).

·  la sala, habitación para recibir a las visitas poco allegadas y lugar de celebración de convites festivos o, incluso, fúnebres.

·  las alcobas, simples habitáculos para dormir. Las dos alcobas principales solían comunicar con la sala a través de arcos semicirculares.

La vivienda además de las habitaciones habituales podía incluir en la planta baja el horno o la bodega (que podían situarse también en el corral). En la planta superior se situaban el sobrado, el granero, y, sobre la cuadra, el pajar; en ocasiones, en esa planta superior, se disponían habitaciones que daban a la calle.

Para armar la cubierta, la madera era el elemento estructural. El caballete venía a ser la culminación de un tejado a dos aguas. Caballete y vigas paralelas a él sujetaban transversalmente los cabrios sobre los que se situaban tableros (o ripias) en los que monta el extremo superior sobre el inferior del tablero  que está próximo en dirección al caballete. Esta forma de colocar las ripias recibe el nombre de "a salto de ratón", que permite que una capa de barro se mantenga mejor como asiento de las tejas árabes. Además, la disposición de las ripias de esa manera daba lugar a menores riesgos de resbalar a la hora de trabajar sobre el entramado de madera.

  
Fig. 18. Viga y cabrios sobre los que se asientan las ripias
Fig. 19. Tejas árabes dispuestas al modo tradicional en Segovia
 
El tejado típico de toda la provincia de Segovia utilizaba solo una fila de tejas en posición cóncava sirviendo de canal de desagüe y sin contrateja convexa (o cobija), como es costumbre en casi todos los lugares; aquellos visitantes que llegan a Segovia y se fijan en las disposición de las tejas se sorprenden porque piensan que el agua se puede colar entre las tejas y formar goteras; la razón por la que, si el tejado está cuidado adecuadamente, no se forman goteras es que el barro, sobre el que se asientan las tejas, al endurecerse servía de secante del agua que se colase entre los resquicios que quedaban entre ellas.
Este tipo de tejado tenía sus ventajas, pues al tener la mitad de tejas resultaba más barato (el tejado era uno de los mayores gastos al construir una casa en el pasado); por otra parte, como el tejado pesaba menos, la armadura también podía ser más ligera y utilizar menos cantidad de madera. Según otras interpretaciones, el ahorro en este tipo de tejados venía también por el hecho de que para el pago de la contribución urbana se tuviera en cuenta del número de tejas por vivienda (para mí, esta versión es menos creíble). También se dice que la posición de la teja, con los filos laterales cortantes hacia arriba, facilita que la nieve pueda resbalar y no acumularse, evitando el peligro de derrumbe por un peso excesivo; esta última explicación tampoco me convence demasiado, pues en lugares donde nieva lo mismo o más que en Segovia los tejados tienen las filas de teja y contrateja. 
Su inconveniente es que suelen aparecer más goteras que en otro tipo de tejados y al ser de una estructura más endeble es más fácil que se derrumbe cuando no se tiene un mantenimiento continuado. Hoy en día, como estos tejados requieren de  un cuidado más frecuente y además resultan más caros están siendo sustituidos por otros más modernos, pero éstos ya no tienen el mismo encanto y se va perdiendo uno de los signos de identidad de la arquitectura segoviana.     
 

Tipos de aleros

           

 Fig. 20, 21 y 22.-  Con extremo de cabrio y ripia.  Con lajas de pizarra. Con moldura de ¼ de círculo
 
Fig. 23, 24 y 25.- Con hilera de contrateja. Con dos hileras de contrateja. Con ladrillos escalonados
Fig. 26, 27 y 28.-  En punta de diamante. En dientes de sierra. Con molduras cóncavas
Fig. 29 y 30. Fachadas de casas de modelo tradicional con muros de piedra revocados con cal.
 

Fig.  31 y 32.-  Fachada con los vanos de las ventanas y de la puerta reforzados con ladrillo. Fachada de la planta superior decorada con esgrafiado

Fig.33 y 34. Fachada de casa tradicional de dos pisos y detalle de cordón bicolor sobre las juntas de las piedras de caliza rosa
Fig. 35. Ermita del Cristo del Penegral, que sigue la misma tipología de la arquitectura tradicional de ladrillo y piedra enfoscada
 

EL POTRO DE HERRAR

 

Cerca de la carretera a Fuentepelayo, en la denominada “Calleja” había un pilón, una fragua y el potro de herrar; hoy solo queda éste último como testigo de actividades desaparecidas. El potro tenía como función inmovilizar a vacas y bueyes para ser curados o herrados cuando éstos todavía se utilizaban como animales de tiro. El herrero fabricaba  los cayos, que cumplían la misma función que las herraduras en los caballos.
 
Fig. 36 y 37.  Fotografía del potro de herrar y dibujo orientativo sobre la sujeción del animal.
 

 Este elemento de la arquitectura popular es más frecuente en los pueblos ganaderos de la Sierra, que los han conservado mejor al estar realizados en piedra. El potro de herrar de Pinarnegrillo está realizado con piezas de madera de pino negral (todavía puede apreciarse alguna cara de resinación del pino). La estructura se compone de cuatro postes verticales clavados en el suelo, formando un rectángulo,  y unidos por travesaños. Además, entre los dos postes delanteros se sitúa el yugo y en los laterales otros travesaños más largos, uno de ellos giratorio.

 

El animal, cuando se introducía en el potro, era sujetado por la cabeza en el yugo. Por debajo de la panza se pasaban dos cinchas que se ataban en los travesaños laterales; las cinchas se tensaban con palancas situadas en el travesaño giratorio como si fuera una polea y dejaba en vilo el cuerpo del animal. Las patas se amarraban en unos palos oblicuos (rodilleras) hoy desaparecidos. Una vez que el animal estaba bien sujeto ya se podían limpiar y cortar las pezuñas para después clavar los cayos, y, así, con zapatos nuevos, poder caminar cómodamente.