EL PUNTO DE PARTIDA

 

Pinarnegrillo es un pueblecito que en la actualidad tiene poco más de cien habitantes. Si hubiera que destacar algo de él es que tiene poco de espectacular; no ha tenido un pasado glorioso, ni tiene monumentos que salgan en los libros de Historia del Arte, ni una naturaleza salvaje digna de un documental… Su paisaje es discreto, pero con el encanto que tienen las pequeñas cosas, que pasan desapercibidas si no hacemos el esfuerzo de prestar un poco de atención.

 

El renombre que tuvo en el pasado se lo debía a un oficio colectivo: el cultivo y la venta de sus hortalizas. Buena parte de los habitantes del pueblo se dedicaban a esas tareas hasta la década de los 50 del siglo XX, fechas en las que llegó a superar los quinientos habitantes. Niños y grandes, todos encontraban su quehacer en los pequeños huertos situados dentro del pueblo o en sus inmediaciones. Era todo un modo de vida que ya sólo persiste en la memoria de aquellos mayores que llevaron a cabo esas esforzadas tareas y del que otros hemos sido meros testigos de su desaparición; aunque eran tiempos duros la mayoría lo recuerdan con la añoranza de un pasado feliz, y se convierte en tema recurrente de sus conversaciones.

 

A partir de los años sesenta, con la mecanización de las tareas del campo y la emigración, el trabajo del huerto y la venta de hortalizas fue quedando como una actividad cada vez más residual: los nuevos tiempos exigían de una mayor productividad y una vida menos sacrificada. Todavía hoy, los mayores siguen cultivando sus hortalizas como antaño, pero ahora solo para consumo propio.

 

¿Sería rentable un tipo de explotación basada en las fórmulas tradicionales de productos de calidad alejadas de la productividad a ultranza? En algunos lugares se ha demostrado que es posible. ¡Quién sabe ....!